No, yo no voy mucho a los cementerios. Incluso en el día de mi funeral, no iré.
Llegado el momento y esperando se cumplan las instrucciones,
pediría se cremen los restos, vuelto ceniza, llevarlos a la raíz del almendro,
ceiba o árbol cualquiera en un parque o jardín, en alguna reserva ecológica, a
cielo abierto, a la orilla de los pasos de la fauna, humanos o seres
extraterrestres.
Volver al principio, ser lo que siempre fuimos.
Haber sido polvo, ese que se agazapa en las esquinas de las
habitaciones, el que hace estornudar a los alérgicos. Polvo simple, Elevado,
amado, necesitado, homenajeado, retratado, urgido. Simple Polvo.
Que cuando tuvo extremidades solo pensó en volver, con el
apuro de la sed desértica, con la nostalgia de los desvelados, con el alucín de
los locos.
Cuando vuelva al polvo, de donde partimos, bienvenido sea el
silencio, el de los poetas, el silencio de los artistas, eterno vacío blanco,
silencio oidor, silencio decidor, silencio carcajeante, silencio actoral,
silencio silencioso, poético y amador.
Y entonces sí, estar en todas partes. Cumplir esa utopía.
Transmutar, viajar, inspirar. Ser motivo de sueños y
escritura, ser de revés y de frente, un olvido.
Y de pronto, un poeta nos traiga a la hoja en blanco,
improvisando con este tema, un desvarío.
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