No es sencillo ser feliz, eso es
lo que nos ha hecho suponer la sociedad con sus complicados procesos de
convivencia y entendimiento.
¿Por qué estaremos tan
necesitados de estímulos artificiales y accesorios
para ser feliz?
Hay distintas formas de ser
feliz, para algunos es la paz y el equilibrio con la naturaleza, para otros es
el constante roce físico con quien esté disponible.
Es una obligación ser feliz, pero feliz según la mirada de la industria.
El beneficio de la modernidad: La
paradoja con todos y sin ti.
Cuántas almas desquiciadas, cuánta
suave tortura resignada practicamos al enrolarnos en el día a día repitiendo
conductas alejadas del concepto real del amor que es la base de la amistad.
Sacrificamos nuestro intelecto
por las emociones, seguimos al pie de la letra: “Lo simple es fácil y
ordinario, lo rebuscado es lo que de verdad importa”.
Esta carrera de la felicidad
incluye incertidumbres, premios y
autocastigos, es prácticamente el juego de serpientes y escaleras. Sin embargo
para mi ser feliz incluye salirse de la carrera, de esa feroz competencia en la
que se nos indica que hacer y qué no hacer para ser gente normal, aceptable,
popular, digna y merecedora de felicidad.
¿A qué me refiero?
Ahora con la aparición de redes
sociales, algunos te dan agregar no para aprender de ti, no para interactuar,
no para saludar o entablar una comunicación, lo hacen porque el símbolo amigo
de “Alguien” les da una etiqueta de sociable, saludable, amigo, feliz y normal,
esa “etiqueta” es el reconocimiento que
buscan, y obtienen según la virtualidad, sin embargo no hay ni un solo asomo de
consciencia de ser mejor porque tienes el compromiso de la amistad.
¿Porque la amistad genera un
compromiso?. ¿Es cierto?
Entonces cuando tenemos tanta popularidad, tantos seguidores
virtuales, tantas muestras de aceptación virtual caemos en el triste juego de
la máquina de hacer amigos irreales, nuestras emociones están capturadas o…
sometidas a la orden: “participa y existe, luego entonces tendrás motivos para
ser amistable,”. Pero no hay un compromiso con nadie, es sencillo, ¿Quieres o
no quieres existir en la red, para ser feliz?.
Viene a cuento esta reflexión,
porque hace unas horas, una amiga virtual publicó en su muro: “Honestamente
deseo menos amigos virtuales y más amigos reales, me conformaría con al menos
uno, aparte de Migue, que realmente estuviera presente, alguien, no se, si soy
tan mala persona que no merezco tener "amigos" y la verdad de todo es
que ya me canse de mendigar cariño. Yo soy de esas personas que cruzaría la
ciudad para ver a una amiga sin importar que sólo para estar con ella y decirle
que la quiero, pero creo que eso ya no se hace, es más ni siquiera en una
llamada pueden gastar. Nunca me he sentido de mi edad, tal vez, ese sea mi
problema, yo soy de otro tiempo en donde se valoraban más a las amistades,
pero, ya que, no se puede tener todo en la vida.”
Y yo me identifiqué con eso, eso
es lo que también pienso, y quizá no viene muy al caso, pero he de contar que
yo si he hecho un viaje para ir a ver a una amistad, yo no solo atravesé una ciudad,
sino también un estado para estar de cerca con quien nos brinda serenidad al
compartir la tristeza y la amargura, y eso creo es felicidad, al menos para mi.
Por ese pensamiento el de Alma Campa, es
que creo que hay y habemos tantos que deseamos librarnos del paradigma de la
amistad, según el concepto actual de la era digital.
Conviene entonces que seamos más
escépticos ante las veleidades de lo virtual, más conscientes y un poquito
rebeldes con los tristes juegos de la industria de la felicidad, la
insoportable máquina de hacer amigos.