sábado, 6 de noviembre de 2010

Escritura y melancolía

Juan Domingo Argüelles


Una de las fuentes de la alegría es la ignorancia. La excesiva información le hace creer a las personas que tienen la llave del mundo para penetrar cualquier puerta. Y algunos fatuos hablan de la muerte como si estuvieran regresando de ella. Confunden la información con el saber, y el conocimiento con la sabiduría. No saben nada, pero creen que saben.

Obsesionados como están muchos en no ignorar nada, se vuelven eruditos sin juicio y desde luego sin emoción; de ahí pasan a la falta de entendimiento en todo lo que saben, porque la percepción justa del mundo no tiene que ver en absoluto con la inteligencia insensible, sino con la más aguda inteligencia que brinda la sensibilidad.

De la muerte no sabemos nada, y nunca sabremos nada. La enfermedad, en cambio, es excelente maestra para saber algo de la vida. Una enfermedad severa, dolorosa y persistente (ni siquiera sumamente grave) tiene al menos una virtud que los enfermos todos debemos agradecer: nos ofrece una lección insuperable cuando mejoramos: nos reconcilia con la vida y nos vacuna contra el espanto de la muerte. Nos ayuda a vivir con más alegría y nos defiende contra todo fanatismo “previsor”. Si uno no lo desea, no tiene por qué entregarse a la muerte, pero tampoco hay razones para espantarse de ella. Nadie se muere antes de que le llegue la muerte, la suya única, la propia, la irrevocable e intransferible. Lo sabían Séneca, Epicuro, Cicerón, Montaigne y otros más: aprender a vivir es también aprender a morir. ¡Cuánta sabiduría!

¡Y cuánta charlatanería redituable hay también en el tema de la salud y el bienestar! Los libros sobre este tema abundan, y hay algunos tan chapuceros (como el que lleva por título La ciencia del bienestar) que sus autores recomiendan, para estar sanos, no pensar jamás en la enfermedad, sino en “la felicidad”. Y a esto le llaman ciencia. Una “ciencia” que afirma que “el estado natural de los humanos es un estado de salud perfecta: todo en nosotros y en la naturaleza tiende hacia la salud”. No es verdad. Lo contrario es lo cierto.

Científicamente, la salud perfecta es nada más un ideal o, peor aún, una utopía, una quimera: una invención delirantemente cuerda de un montón de charlatanes que llaman ciencia a cualquier tipo de vudú. Novalis decía, y decía bien, que “el ideal de la salud perfecta sólo es interesante para los médicos [que, por lo demás, saben que no hay salud perfecta], pero lo realmente interesante para el ser humano es la enfermedad, que pertenece a todos los individuos”.

La perfección no existe y menos en la salud. A diferencia de los libros charlatanes, Enfermedad y creación: cómo influye la enfermedad en la literatura, la pintura y la música, de Philip Sandblom, es un libro que nos demuestra que la condición más común del ser humano es la enfermedad. De cuántas cosas bellas, profundas y maravillosas nos habríamos perdido si el estado natural de los humanos fuera esa falacia de la salud perfecta, no sólo física sino también mental. Muchas grandes obras han sido espoleadas por la enfermedad, no por la salud; por la carencia y no por el bienestar. No hay nada más embustero que ese falso optimismo de vivir siempre sanos. Digamos, con Robert Graves, Adiós a todo eso. Bruno Estañol no nos engaña ni se engaña: “Todos estamos más o menos locos, aunque algunos actuamos con mayor disimulo; sobre todo, la razón tiene también su locura.”


Ilustraciones de Huidobro

Rilke escribió: “La obra de arte es el resultado de haber estado en peligro, del hecho de haber ido hasta el extremo de una experiencia que ningún hombre puede sobrepasar.” Job supo esto muchísimo tiempo antes, cuando la ansiedad y la angustia le invadían (Job, 15, 24), pues el dolor, con todos sus males y sus enfermedades, le enseñó que sólo el hombre afligido conoce su miseria. Sin la desdicha (con la salud perfecta), no tendríamos esa obra maestra de la sabiduría que es el Libro de Job.

Goethe sabía que “nuestro propio dolor nos enseña a compartir los sufrimientos de las demás criaturas”. Edvard Munch, el pintor noruego creador de El grito, llegó a decir: “Sin la enfermedad y la angustia, yo hubiera sido un barco a la deriva.” Y Sófocles dice lo esencial, en labios de Filoctetes: “Me habría quedado sin pensamientos ni cuidados, como los animales, de no haber sido por mis heridas. Cuando me atenacea el dolor sé que soy un ser humano.”

Esta es la verdadera sabiduría: la que nos enseña a vivir y nos ayuda a mitigar la inquietud de la muerte. Queda bastante claro, por lo demás, que –como escribió André Comte-Sponville– “la muerte sólo es un problema para los vivos”.

Los melancólicos reivindicamos el derecho a la soledad e incluso a la tristeza, pues hacemos nuestra divisa la hermosa y exacta definición de Victor Hugo: “La melancolía es la felicidad de estar triste.” Sin esta felicidad de estar triste de vez en cuando, todo sería júbilo y alborozo muy aburridos. Incluso la alegría tiene sus límites.

Muchísimas personas no comprenden la depresión, y no es culpa de ellas, pues difícilmente se puede comprender lo que no se ha experimentado jamás. Creen que depresión es simple desánimo o tristeza, o una cierta languidez o desaliento, que desaparecen pronto, igual que como llegaron. En realidad, la depresión, en su estado patológico, no es eso.

La depresión en su nivel grave es uno de los males más devastadores que, en sus momentos críticos, lo inutilizan a uno casi por completo. Y lo incapacitante no sólo tiene que ver con desánimo ni, por supuesto, con no “echarle ganas” (como suelen decir quienes no comprenden), sino con todo un cuadro de desajustes físicos, bioquímicos y emocionales que ni siquiera llegan a ser imaginados por los demás: cefaleas, vértigo, náuseas, dolores abdominales, falta de apetito, apatía, arritmias cardíacas, falta de atención, desmemoria, desinterés, dificultades del habla, torpeza muscular, flacidez, escalofríos, frialdad permanente, insomnio, melancolía, angustia, ansiedad, miedos irracionales, pánico, delirio, impulsos suicidas. A veces, todo ello al mismo tiempo, con episodios convulsivos.

Cuando supe que tenía depresión grave (y lo supe antes del diagnóstico clínico) es porque el cuadro de malestares no correspondía a nada que antes hubiera experimentado. Padecía una imposibilidad casi absoluta de funcionar y enormes deseos de que mi vida acabara de una buena vez, porque si, como dice Pascal, todos tendemos a la felicidad, incluidos los que se ahorcan, yo concluía, entonces, en medio de mi desesperación, que el fin de la vida era el fin de todas mis desdichas.

Abusando del lugar común, hoy puedo mirar el mundo de otro modo. He salido de la oscuridad. Pero aprendí una cosa fundamental: que sólo reivindicándome con la vida (a pesar de todos sus dolores habidos y los que pueden venir y los que sin duda vendrán) puede uno también aprender a morir sin estar sumido todo el tiempo en la ansiedad y en la angustia, por culpa del miedo y la desazón. Debemos admitirlo sinceramente: no hay vida sin temor, pero Séneca siempre tendrá razón: “Todas las obras de los mortales están condenadas a morir, vivimos en medio de cosas perecederas. Has nacido mortal, has parido mortales. Piensa en todo, espéralo.”

Ya lo he dicho muchas veces, pero ahora lo reitero: los libros no siempre son un consuelo. Para serlo, exigen un lugar y un momento. En los peores instantes de mi depresión, de lo que menos quería saber era de los libros y de la lectura. Me parecían una absoluta trivialidad en medio de mi desdicha. Sigo creyendo que los libros son importantes sólo en la medida en que realmente los necesitemos, como el agua para la sed; de otro modo, sólo son objetos de culto y nada más.

Es cierto también que escribir puede ser una forma de terapia, y que por ello Graham Greene llegó a decir lo que sigue: “A veces me pregunto cómo logran escapar de la locura, de la melancolía y del pánico, que son estados propios de la condición humana, los que no escriben ni componen ni pintan.” Claro que lo que no dijo Graham Greene es que, con bastante frecuencia, los que escriben, componen y pintan jamás logran escapar de la locura, sino que profundizan en ella, y a veces, en la más abisal inmersión, consiguen comprenderla.

Los libros tienen que servirnos para algo más que informarnos, para algo más que acumular lectura. A fin de cuentas, en los mejores libros hablan otras personas que escribieron libros porque quisieron hablar con los demás y no encontraron mejor vehículo que la letra impresa. Esos son los libros vivos. Los demás no importan.

lunes, 4 de octubre de 2010

NINA

La noche en que Nina desapareció, había estado con su hermanos Aldo y Georgina en la plazoleta del parque central observando el concurso de altares que con motivo de la celebración del día de muertos, anualmente se realizaba
Rafael Montoya presidente del jurado, se distinguía por su prestigio como abogado y notario público, encumbrado en en el ambiente local, reconocido entre otras cosas por sus grandes extensiones de terreno inoficiosos, aristocrata amable y conversador rural de las cosas eternas.

Nina comentó con su hermano que Montoya hacía dos años, había invitado a sus padres, a una comida emblemática, realizada en sus propiedades, fiesta en la que estuvo Nina, su mayor presunción no fue otra que la de un nopal de raices viejas, de proporciones medias, que aseguró ser de gran valor, pues era el mismo que los aztecas encontraron, luego de haberlo buscado durante doscientos años, según profecía de su dios Huitzilospochtli, sobre un islote en el lago de texcoco, hacia el año 1325.

Ese día, sin que Montoya hubiera bebido más que agua, se extendió más allá de lo prudente en sus explicaciones, llegando a parecer catecismo, en el que dijo, que dicho cactus era símbolo de energía perenne, que era su tesoro, ya que lo había transportado en un contenedor especial, con dos toneladas de arena original en la que había estado plantado hasta la ciudad, esa en la que decidió vivir desde hacía treinta años.

Nina comentó todo con el natural enfado de que nadie en aquel momento se hubiese atrevido a señalar las contradicciones del relato. Si el relator era originario de Nayarit, ¿cómo es que había llegado a ser poseedor de ese cactus, que según él había heredado de su ancestro directo Nezahuálcoyotl?, y, en el caso probable de que fuera cierto, que vino a hacer a este lugar de la sierra chiapaneca, ¿qué encontró aquí de benefico en el suelo de este lugar?, si el cactus era trasplantado de un "islote", ¿qué no así lo dice la leyenda?. Además, allí donde está plantado, peligra que un deslave se lo lleve y adios tesoro chichimeca.

Aldo le escuchó diciéndole que el sujeto en mención, no perjudicaba a terceros, que el que quería podía soportarlo o no, al fin Montoya, cifraba por la cuarta edad, y sus delirios podrían ser extravagantes.

Nina, no había llorado al nacer y todos la habían dado por muerta, luego a manera de chiste le decían que andaba fuera de sintonía, no obstante era más inteligente que lo acostumbrado en la familia, a los 16 años se le había procurado todo lo posible, en esa tarea participaban también sus hermanos mayores Cristina y Aldo, los que debido a sus respectivas tareas no convivían con ella a diario.

Al llegar a adolescente, su comportamiento se volvió inestable, pocas palabras dichas solo para herir, ella se declamaba herida y hería a quien no la entendiera, adquirió de pronto ese dolor indescifrable que los psicólogos llaman melancolía,
Aldo único hombre, se identificaba con Nina, pues aunque 15 años, los separaban, los unía un el parecido en el carácter y en el físico, incluso la madre pronunció una vez que ellos eran gemelos a la distancia.

La noche del 2 de noviembre, Aldo caminó delante de ella, doblaron la esquina, él supuso que lo seguía. Se detuvo a saludar a sus conocidos, despúes se paró en la orilla de un parque hundido y vio a lo lejos movimiento en la colina donde se ubicaba la casa de Montoya, se demoró viendo luces de antorcha, pensó ¿que serían esas luces, y porqué?, si lo acababa de ver en el evento.

Al llegar a casa, se sentó a esperarla, le envió dos mensajes de texto diciéndole que se diera prisaen la sala observó un cuadro enorme del famoso cactus, tejido a mano, el cuadro, el dibujo, en sí era una magnifica obra de arte.

Despúes, padres y hermanos la rastrearían por el celular y en casa de sus amistades, el temor de un secuestro les invadió.

A la mañana siguiente, con los ojos desorbitados y la deshidratación del desvelo, sus miradas indagaban a cada transeúnte, con la esperanza de alguna pista. La dependienta de la farmacia, les dice que la vio llegar a hacer una recarga de tiempo a las nueve con treinta minutos de la noche, les entrega el ticket que confirma su número y la hora exacta.

Cristina, le marcó al instante, el sonido intermitente del proceso de la llamada, les daba una seguridad de hallarle.

La ausencia se hizo parte del paisaje, la mortificación, los recuerdos, todos se sintieron como fantasmas, almas en pena. Repetidamente se culparon cada cual de sus errores de no tenerla entre ellos, la muñeca, la bebé, la reina, la única, el consuelo, la esperanza, todo lo que significaba Nina.

El papel de las autoridades en materia de justicia, ya se sabe, torpeza tras torpeza en la investigación. Sucedieron los años, la fuerza de su aliento débil, y la búsqueda interna de explicaciones fantásticas en la que la protagonista vivía con dos hijos lejos, muy lejos en donde la habría llevado quien la robó.


El 4 de Octubre del 2005, fue el primero de los tres días que llovió con tanta fuerza, provocando que los cauces de los ríos se desbordaron arrastrando cientos de viviendas, la ciudad estaba en alerta roja, riesgo total, imágenes dantescas, aludes, deslaves, inundaciones, los destrozos iban aumentando, la rapiña no se hizo esperar y la gente que podía ayudar constataba que aunque se esforzaran pocas cosas se rescatarían.

El segundo día de lluvia, la barda que cercaba los terrenos de la hacienda de Montoya se cayó, eso fue todo un episodio, pues la gente comprobó que no había cultivos, que era todo un desierto inaprovechable. El famoso cactus, se despegó de la tierra a consecuencia de la inundación.

Aún en la emergencia, un biólogo europeo, fue llevado por el notario, con urgencia al lugar para que recuperara la salud el marchito cactus. El biólogo explicó a través de un interprete que ningún cactus debe ser fertilizado con sangre, la rumorología terminó de hacer lo demás.

Abrazando los restos del nopal, a rastras lo sacan de su casa, y los huesos de tantas victimas alfombrando el camino, sorprenden a los rescatistas.

domingo, 3 de octubre de 2010

JENNY


Tengo que ir al banco, puedo cambiar el cheque en cualquier comercio que me quede igual de cerca, sin tener que soportar la larga fila del banco, sin embargo elijo ir al banco, mentalizando que esta vez no habrá la fila de siempre en quincena; antes llevaba algún libro o periódico, pero, no sé si a todos o solo a mi me ocurre que me desconcentra el lugar, y también pienso que los otros cuentahabientes me han de mirar y murmurar cosas como: "ese buey se cree intelectual, el mamón, que bruto aqui no es lugar para leer" y cosas asi.

Es dieciocho, imagino no habrá fila, pienso mientras camino al lugar donde está ese lugar. La ley de la atracción funciona a medias: hay una fila mediana, tomo mi lugar y a mirar para cualquier lugar para no mirar de frente a nadie, no hacer contacto visual, frente a frente, muro a muro, tendríamos que improvisar la sonrisas falsas, hallarme a algún conocido significaría retomar mi lado cortés que no uso habitualmente.

La tecnica que uso posar mi vista en el cristal del banco, ese que protege a las y los cajeros, allí el reflejo, me proporciona una visión con perspectiva de espejo retrovisor, aguzo la mirada, frunco el ceño, y miro, miro, miro, en la plazoleta del parque hay niños que comparten un helado, hay también unos baquetones con uniforme de estudiantes, se deleitan viendo de frente a las muchachas que pasan, niños boleadores ofreciendo su servicio, gente que llega a la puerta del banco, hacen un gesto de enfado al ver demasiada gente y se van.

Ahi estoy, aqui estoy, ese de ahi, soy yo, ese de aqui soy yo, yo mismo soy yo. . . ja. Los gerentes uno oficial y la otra en sustitución atienden usuarios, revisan documentos, realizan llamadas, una persona en señal de agradecimiento le ofrece a ella una bebida embotellada, ella lo acepta, el otro habla por teléfono y da indicaciones de como cancelar una cuenta a uno y como abrir una a otro.

Observo a una señora, mayor de edad que se intenta colar a la fila, lleva un bastón, su cabello está desteñido, el cliente inmediato le dice: " la fila inicia allá, le digo para que no pierda su tiempo acá". Pienso que el gerente debería de indicarnos que debemos ceder un espacio a la señora, no cualquiera tiene el privilegio de llegar a edad avanzada en uso de sus facultades y funciones.

Pensando en que somos ingratos la mayoría, no pensamos que para allá vamos, si tenemos suerte pasaremos a la tercera edad. y aqui enfrente de mi, en doble fila está ella con su sonrisa de sus joviales 23, sospecho que tiene 23 igual y más, Jenny se le pega y cuelga al cuello de un hombre, jenny no lo recuerda pero yo si. Me gustaba de niña, le gustaba yo de joven, ella en la secundaria fue novia de mi amigo de la prepa, el muy suertudo, cuando terminaron hace años, yo intenté ser su novio.

Con mi personalidad pusilánime e ingenua, a los dieciseis, no sabía para que era tener novia, ni sabe uno que perseguir en el amor, pero, intentarlo es ley natural. Jenny, solía ser una linda chica, ojos negros, dientes blancos, cabellos largos negros, pantorrillas... uuu pantorillas, no lo recuerdo, pero tendrían que ser (¿?)... no sé, nunca me fijé.

En fin que recordé cuando fui a verla a la secundaria, mi turno para asistir a la prepa era por la tarde, así que aprovechaba la mañana para ver si la veía, solicité permiso con el prefecto y la ví ensayando la escolta, fui hasta donde estaba en la cancha de basquetbol y le dí un regalo, por su cumpleaños, dije, aunque no era en su fecha, me iluminó el rostro ver que desatendió su ensayo para estar conmigo, a punto de de que iniciara conmigo una conversación que igual y daba para algo más, despúes, no sé en otro momento, en otra ocasión.

Pero apareció el bravucón del subdriector, un libidonoso sujeto que no permitía que gente extraña molestar a sus niñas, sólo él. Me corrió amablemente, "fuera", sonó: Suelten los perros. Digna retirada de por medio, me salí.
Hoy que le veo, feliz, anónonimo para ella y su pareja, sonrisa, beso y beso, pienso que le ha caído muy bien los años, que yo sigo siendo el mismo meditabundo, romantico, solitario y débil que solía ser, por supuesto con más edad y con una estabilidad en varios aspectos, pero cuanto me hubiese emocionado el que una vez me hubiese el destino abrir un paréntesis en en el mundo para tomarle la mano, caminar juntos, correr, no sé que otras travesuras con ingenuidad infantil, con amor de niño bien.

Jenny se llamó, ahora no sé.

Avanza la fila, cobro el cheque, salgo, ella sigue ahí, salgo del banco y es de nuevo el mundo real, no hay tiempo para la nostalgia.

miércoles, 31 de marzo de 2010

NO TENGO HUMOR



Ayer por la noche, un automóvil de lujo, me rebasó y sin concesiones, se atravesó en la carretera y el conductor, se bajó a amedrentarme, Vicky, viajaba conmigo, “milagrosamente” dijo ella, más tarde, no iba, como casi de costumbre dormida, la impresión, fue enorme. No hace falta mas indicios, para percatarse de que es un asalto, eso es lo que imaginé.

Ese, como todos los viajes, venía disfrutando de un cd de audio en el auto estéreo, nos había llovido demasiado en Huixtla, el problema de los limpiaparabrisas me obligaba a bajar el cristal de la ventanila, de vez en vez, para que no se empañara desde dentro, lo que ocasionó que me empapara un tráiler que rebasó. Durante la lluvia, yo estaba inquieto, pero al mismo tiempo sabedor de que son cosas que uno debe controlar, aunque son ajenos a nuestra voluntad; por momentos, no veía nada al frente, pero tampoco lo confesaba, para no hacer aspavientos en mi acompañante.
El hecho, es que ya había transcurrido la crisis o tormenta, ya repuestos, como siempre dicen que viene la calma, continuamos, trayecto a casa, cuando de pronto de la nada, como todo lo intempestivo, nos vemos fugitivos. Varias veces hemos escuchado de experiencias negativas en la carretera, sobre todo cuando es de noche, pues varios conductores son asaltados, violados y asesinados, y es precisamente en la región que nos pasó.

Con deseos de que nunca nos ocurriera algo parecido, yo había dicho en algún momento que si nos atajaban, echaríamos reversa y venderíamos cara nuestra vida, salir corriendo en dirección contraria, por adversa que fuera la circunstancia. Eso fue, lo que apliqué. Apagué por completo el sonido del estéreo y le pedí a Vicky que guardara silencio, pues no ayuda expresar el temor o cualquier otra emoción.

Acabamos de pasar un poblado menor, quizá una decena de casas, a orilla de carretera, la idea fue regresar a donde hubiese gente y así evitar la agresión. Al maniobrar para echar vuelta atrás, el agresor, volvió a la marcha y nos volvió a seguir, para ese momento yo aceleré, lo más que da mi automóvil, modelo 99, yo no presumo de ser experto en arrancones, son cosas que no practico. La descarga de adrenalina y el temor, no hacen pensar nada más que en lo que puede pasarnos, y como evitarlo, aunque la duda de poder lograrlo es más fuerte, ya al no estar acostumbrado a la brusquedad, somos más susceptibles de ser sometidos.
Esos instantes, en los que te asalta la idea de perecer de una forma inhumana, es cuando toda nuestra fortaleza o pose de valiente, se oculta, se esfuma.

Había que correr, y la idea era no chocar de frente con otro vehículo o terminar salido de la carretera que sería trágico también, los dos o tres kilómetros que nos separaban de ese poblado, se nos hacia interminables. Cuando lo divisamos, atrabancadamente nos internamos en la única calle de terracería que da acceso y tocamos fuertemente el claxon, en espera de que los curiosos, nos auxiliaran. Yo le pedí a Vicky que se metiera a una de las casas con la puerta abierta, mientras yo me quedaba dentro del vehículo con las puertas cerradas.
En todo ese momento, uno va pensando que saldrán con sus armas, y dispararan a mansalva.

Uno realmente desea que todo sea un sueño, lo cual ni por asomo es. El ambiente es tenso, denso, Vicky se encara con el agresor, y se dicen cosas que no alcanzo a escuchar desde mi lugar, solo me arrepiento que ella esté afuera y yo no, pero da resultado, el agresor, alega que le he quebrado un espejo de su vehículo, lo cual es falso. Argumenta, solo quiero que se baje y que me pague el golpe.

Nosotros, habíamos tenido muchísima precaución al manejar, Vicky desde su puesto de copiloto, estuvo atenta todo el tiempo, y era todo mentira. La gente se acercó a satisfacer su curiosidad y se quejaron de que hayamos irrumpido violentamente en la comunidad, Vicky trastabillaba en sus palabras y yo tengo que bajar para protegerla, y no se puede dialogar, solo se trata de intimidarnos verbalmente a fin de que demos dinero.

Las contradicciones eran muy notorias, el golpe que ellos alegaban, iba en la parte lateral de donde por ninguna razón pude haber golpeado ya que íbamos en dirección contraria, para que eso hubiese pasado, tendría que haberlos rebasado y por la derecha.

Noté, el desconcierto en el agresor, iba una familia completa, se bajó una niña como de unos doce o trece años, un hombre más, que decía que mejor les pagara, y yo insistía en que me confundieron, que yo no pude haber sido, pues ni alcoholizados ni dormidos, estábamos.

Había una mujer, que intentaba, de manera menos agresiva, persuadirnos de que pagáramos, que nosotros éramos los únicos causantes de ese embrollo. Aquí hay que señalar, que el lugar, Belisario Dominguez, ha tenido la fama de que zona de peligro para los conductores, por las razones ya mencionadas.

Vicky, volvía la carga para defenderse, pero todo era invalido, y las amenazas crecían, finalmente ellos dijeron la cantidad que querían “por lo menos” quinientos pesos, dijeron, pues las refacciones del carro son caras, ya que es nuevo, Vicky les dijo, que ellos tenían seguro, les dije, intentando que mi tono fuera conciliador, que nosotros íbamos de regreso a casa sin dinero, que lo habíamos gastado con (y no era mentira) con un especialista, lo que nos convertía en desamparados. Más tarde, la mujer, rebajó su petición a doscientos pesos, la escena era absurda, porque en ningún momento habíamos visto ese automóvil, y nuestra velocidad era moderada… Era todo una farsa, una estrategia para asaltarnos.

Quizá porque habían varios curiosos, esos sujetos, se tranquilizaron, nunca mostraron un arma, pero ya la agresión había logrado que nosotros nos encontráramos desorientados, en ese instante, les dije que lo único que llevaba, era un poco de dinero que nos serviría para el gas, y que lo único que contaba era, eso, tomé tres billetes de 50 pesos y se los ofrecí, a lo que, sin mas detalles, lo tomaron y se subieron al carro mentando la madre.

Aquí, vuelvo a encontrar la mayor de las incongruencias, ya que si de verdad lo que alegaban era cierto, hubiesen llamado a la autoridad competente, aunque el proceso fuese tardado.

Le dije a Vicky, que viera que se habían alejado, y que estuviera atenta a que dirección siguieron para irnos al revés, también esperé un tiempo a que no volvieran y quisieran repetir su estratagema, más adelante en parajes más inhóspitos.
Nos fuimos pensando, que la injusticia debe tener su merecido, y que quizá se topen con “un su padre” que no ande con juegos y les meta sus balazos, que uno es más parte de la estadística y que afortunadamente la libramos.

No se consigue pronto la estabilidad emocional, al otro día todo paranoico, me asustaba todo, recordaba las amenazas, como nos observaba, como miraban el carro. Todo me hacía sentir vulnerable. Salí solo lo necesario de casa. Que día es hoy, miércoles santo, mañana y pasado, la gente se divertirá en los sitios turísticos y yo me quedaré pensando en que es mejor quedarse en casa.

Por eso digo, no tengo humor, veo adolescentes que se desgarran las vestiduras, por no tener el iphone de sus sueños, niños chantajistas que pelean por un disco nuevo de Belinda, que se enferman si no tienen en su poder algo tan superficial como una prenda de vestir de moda, o cosas por el estilo, muchachos que nunca han visto de cerca el temor de ser perseguidos como si fueran ratas delante de un felino, con instinto asesino. Solamente siente, el que lo vive, ninguna experiencia se le acerca. Ese miedo de saberse impotente y de antemano vencido, al no contar con “armas” para combatir la injusticia.

Por eso digo, no tengo tiempo, no soporto que haya quien no valore la vida, y que no importe que el prójimo, o el hermano esté en peligro de muerte, mientras ellos siguen convencidos de que nada hay en el mundo que los pueda satisfacer un momento, o les pueda brindar tantita felicidad que un objeto.
Por eso, hoy, no tengo humor.