El otro día mientras estábamos en la cocina preparando el ceviche, Vicky y, yo, pedí picar la cebolla en cuadritos, esa tarea la había comenzado ella. —¡Ok!. Me respondió aliviada de haberla salvada, pero ya estaba con los ojos enrojecidos. Salió a lavarse y a lo que seguía. Yo me ocupé sin prisa en el trajin.
Volvió del lavadero y me vio en mi elemento, sin ápice de
incomodidad.
—Cómo le haces
—¿Para qué?
—Para no llorar mientras picas la cebolla.
—[…] Ya no tengo lágrimas… ¡Mucho he llorado, ya!. Le dije y
ambos soltamos la risa.
—Pero no es cierto
—No es cierto ¿Qué?
—Que ya se te acabaron las lágrimas
—Capaz que sí, dije y seguimos ocupándonos de la ensalada.
Pero pensándolo bien, casi es cierto. Lloré si, como dice el
cantante: “todo un mar”.
Fui muy llorón. Pero “El ayer, ya olvidé”
Dejé de llorar por considerarlo inútil. Le perdí emoción a
llorar. Me resigno a la pérdida, a la frustración, a la ira, al abandono,
pronto.
¿Qué si me estoy guardando el llanto?... No. Simplemente
acepto las cosas como son, sé que todo pasa, nada queda, y dale NEXT a lo que sigue.
Ya no lloro, por eso vengo a escribir todos los días.
O casi todos.
Que tal
El otro día asistí a una exposición fotográfica con las
mejores imágenes de la prensa mundial, son imágenes que comparten situaciones
de angustia y crisis, debido a la violencia en distintas partes del mundo. Me acompañó
mi hermana. Se exhibían reportajes fotográficos.
El deterioro de la selva amazonas, vimos los efectos contaminantes
en unas de los pozos petroleros en una favela de Brasil, una secuencia de
imágenes de asesinatos a gente inocente en Gaza. Sobresale un migrante cruzando
de un vagón de tren a otro, congelado en el paso al aire.
Las imágenes son premiadas, los ganadores del concurso
reciben una cantidad de dinero. Claro el oficio del fotógrafo es reconocido, es
arte, pero también es denuncia. Es educación también para el espectador, el mundo
descubre otros mundos y otros diálogos, otras formas de vida, a través de la
fotografía.
Mi hermana avanzó de un stand a otro, sorprendida. Y yo, me
quedé frente a una serie fotografía de niños, de ucrania, eran tres niños con
el espanto y el horror en los ojos, el pánico, la angustia, la incertidumbre y la
desesperanza en la mirada. Ahí me quebré y me cimbra recordar ese momento. Lloré,
porque las infancias no merecen el dolor.
El mundo puede ser cruel con los adultos, nunca con los
menores. ¿Qué me hace llorar?: el sufrimiento infantil
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