En el el penúltimo año de la carrera, o quizá en el 5º semestre,
nos había tocado clases de literatura, este acercamiento iba desde literatura
mexicana, española y universal. Los maestros tuvieron a bien recomendarnos lo
más sobresaliente del catálogo popular.
Asi arrancamos con el Periquillo Sarniento de José Joaquín
Fernández de Lizardi, continuamos con Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, El reino
de este mundo de Alejo Carpentier, y una
pequeña listita breve de títulos, entre
las que obviamente reseñábamos a Gabriel García Márquez.
Algunos se clavaban con uno o con otro escritor, otros
explorábamos otros.
La biblioteca universitaria, que se me hace de las mejores
que he conocido, tenía un arsenal de viejos libros en buen estado, de todas las
disciplinas. Yo deambulaba por los sombríos pasillos de la planta baja, en
busca de autores que me conmovieran.
Tuve la oportunidad de leer ahí en la biblioteca Miguel
Littín Clandestino en Chile de García Márquez, y se volvió el único referente.
Mis compañeros tenían una rivalidad amistosa en la que
pretendían destacar por sus lecturas. La Guerra del Fin del mundo, Rayuela, La
Vida es breve, El lobo estepario y así…yo solo escuchaba, sin animarme a
meterme en la discusión.
Un maestro nos puso a cambiarles el final a ciertos cuentos
breves que habíamos leído, y a partir de ahí, muchos nos sentimos escritores.
Por estos días, vuelvo a una lectura que dejé suspendida, y
una bocanada de fulgor le da alas a mis
neuronas, me gusta el recuerdo de cuando comencé a leer con formalidad.
Un conocido, decía que al año releía los mejores libros que tenía en su biblioteca.
Y, yo no creo poder hacer semejante idea.
Estoy disfrutando ahora “La princesa del Palacio de Hierro”, del
maese Gustavo Sainz, ya contaré como me fue.
Por lo pronto confirmo que los de la generación de la Onda
en las letras mexicanas, tal vez no son
los mejores, pero sí unos muy, muy, muy chidos.
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