jueves, 10 de junio de 2021

Fruta Azufrada

 Fruta azufrada 


Relato/Esdras Camacho 


*Fruta Azufrada* 


Me dio añadir como amigo en el Facebook, y dijo que me extrañaba, yo dudé de quien se trataba, pero más tarde, sin más ayuda que mi recuerdo, la reconocí, aunque en el Facebook escribiera su nombre completo, era lo último que podría acordarme de ella.  


 


A través del Messenger me escribió  


¿Cuándo te veo? 


Sin ningún interés por que nos viéramos, respondí breve: “pronto”.  


 


Ese romance, había sido un buen sosiego para un alma como la mía, que no buscaba anidar en ningún hogar y ella había ofrecido sexo y conversación nocturna, esa época en que, debido a mi trabajo eventual en las radiodifusoras, me habían asignado la plaza de locutor en la única estación de ese lugar cercano a Tuxtla.  


 


Mi actual situación era estable, no tenía ya el mínimo de los pesares de aquellos tiempos en los que mi tristeza era no tener conflictos, y me aburría.  


 


 Habían pasado trece o catorce años de aquellos sentimientos.  


 


Me avisas, y voy a donde tu digas. Me dijo.  


 


Unos veinte días después le anuncié mi viaje a Tuxtla, el motivo sería exponer unas obras fotográficas en el Centro Cultural Jaime Sabines.  


 


Te veré a las ocho de la mañana, en el café que está próximo... ¿Y sabes qué? Me escribió. “Estoy nerviosa”.  


 


Llegué y me ocupé en descargar los cuadros que llevaba para la exposición, cuando hube de haber entregado la mercancía, me fui a donde habíamos acordado.  


 


Había olvidado su rostro, pero ella no dejó de verme con su estimulante sonrisa, desde que abrí la puerta que da acceso al lugar.  


 


Ella sorbía el café velozmente, supuse que tenía prisa porque saliéramos. Imaginé que deseaba fuésemos directamente al hotel, aunque yo prefería dormir, antes que cualquier otra cosa.  


 


En el auto, con rumbo al hotel, no hablamos demasiado, sobre todo porque yo había adquirido el habito de ser discreto.  


 


¿Qué piensas? Dijo 


Lo mismo que tú. Contesté 


(Hubo risas de ambos) 


Es preciosa tu sonrisa, y esa risa es la que me tiene acá. Dijo.  


 


Subimos a la habitación, y no hubo mucho que nos sorprendiera, dos camas matrimoniales, sobre colchas limpias de un marrón descolorido, una televisión moderna, paredes impecables y aire acondicionado.  


 


Expresé la convencional frase “Al fin solos” y reí. Le dije quédate en la cama que está cerca de la puerta, por si deseas huir, aun estás a tiempo.  


 


Entró al baño, y dijo que tomaría una ducha, yo me acosté frene al televisor a ver cualquier cosa.  


 


Salió y de inmediato se aventó sobre mí, diciendo ¡báñate! Me hice a un lado y le propuse que viéramos algo en la tele.  


 


Vamos hay que desquitar el precio del hotel, dijo.  


 


Jugó con mis partes y se deshizo pronto de la toalla que la envolvía, se acurrucó a explorar con su boca los rincones más henchidos de mi bajo vientre.  


 


El juego era de dos y, al hacer mi parte, percibí un olor que parecía estar inundando toda la habitación, era un olor fétido, desagradable, era ese olor, del que huirían los asquerosos recalcitrantes, yo nunca he sido uno de ellos.... pero de verdad era fastidioso, iba mucho más allá de lo normal.  


 


Demoré en concluir lo que había que demorar. En mis adentros había dicho que todo el placer era mío, y no de ella, pero estaba sucediendo todo lo contrario, debido a ese penetrante aroma. Todo el placer era de ella.  


 


No me apreté la nariz, para no herir sus sentimientos, pero era imposible ocultar el desagrado que provocaba esa peste.  


 


Me explicó que era un asunto del que ya estaba ocupándose con su médico que le estaban dando tratamiento desde hacía poco, para disminuirlo y erradicarlo.  


 


De acuerdo, ojalá haga efecto pronto. Le dije.  


¿Qué tal estuve? Dijo.  


Aprobada, quiero repetir.  


Tranquilo tendremos toda la noche. Respondió.  


 


Le dije que iría a hacer unas compras solo, que deseaba atender unos temas, en los que no podía ser acompañado, y era cierto, pero también deseaba escapar de ese lugar cuanto antes. 


 


Volveré de prisa. Dije.  


 


Mientras salía pensé en no volver de veras, pero mi equipaje estaba ahí. Me alejé y el aroma estaba tatuado en mi piel, era lo que había hecho que me alejase aquellos años, ahora lo recordaba. ¿Cómo pude olvidarlo? Ese olor, ese desagradable olor. Dicen que las mujeres saben a limón y sal, pero esta, ésta sabe a alimento para peces descompuesto.  Me iba acercando a mi destino, y mentalmente hacía el balance, si perdía o ganaba si dejaba mi equipaje en el cuarto, y no volvía.  


 


No regresé esa noche, al día siguiente fui por mi equipaje. Ella se había ido, pero el olor no, el olor no se iría hasta quien sabe cuándo.  


 


Me escribió un mensaje en el celular, que reprochaba mi abandono.  


 


Lo leí y después la bloqueé de mis contactos.  


 


Así debió estar siempre.  


 

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