lunes, 9 de diciembre de 2013

La radio y yo


Que Dios tan chingón que con sus mensajes organizaba las guerras, incitaba a la rebelión o emigración de un pueblo, mandaba a sus súbditos y contagiaba la fe a quien lo escuchara, que Dios con poder y que poder en sus palabras, tanto que logró engendrar a través de su voz a un ser mortal y a la vez bendito.

Eso era lo que pensaba al conocer los relatos bíblicos que mi abuela me transmitía, solo Dios con ese poder, esa capacidad de influencia y transformar el mundo.

Dios que mandó a Abraham a sacrificar a su hijo, Dios que ordenó a Moisés liberar Israel, Dios que convenció a miles y millones para ver lo que él quiso que vieran.

La comunicación oral es la herramienta predilecta de los oradores, mucho tiempo la humanidad solo contó con eso, por algo sigue siendo la más valorada.

Y, sabedor de ese poder yo esperaba ver más señales de su efecto, de sus causas y consecuencias.
Cuando escuché por primera ocasión la radio, en la primer parte de la década de los ochenta, ya sabía de la televisión y pensaba que solo eso existía, al fin una conexión con la modernidad en mi natal pueblo.
Una de las vacaciones de esas que duraban dos meses, como obsequio por la obediente y mansa rutina de todos los días nos íbamos al rancho de los tíos, un lugar cerca de Huixtla, a orillas del río negro.

Ya la escasez de luz eléctrica impedía seguir disfrutando de la convivencia con los primos y amigos, había que ir al descanso, y desde una grabadora pequeña  salió la voz del conocido conductor Paco Stanley, anunciando; "Aceite Roshfrans, para su carro el alma de su motor", en ese tiempo tendría unos ocho o nueve años. Recuerdo que le pregunté a mi madre, ¿apoco está don Paco Stanley en la KQ de Huixtla?, ella riendo dijo, que no, que ya estaban las cápsulas de su voz grabadas desde México y solo la reproducían cada cierta vez.

En casa habían muchas referencias a la voz, mi padre era orador en su comunidad, habían grabaciones de algunos discursos de compañeros suyos. Mi mamá decía que yo me tardé mucho en aprender a hablar, no porque no pudiera articular sílabas, si no porque la fuerza y el tono de mi voz, hacía que no fuera entendible ese sonido.

¿Cuando decidí ser locutor?.

En la secundaria, mis maestros me alentaban a participar en oratoria o en poesía, cosa que no era fácil, pero si me provocaba curiosidad, por ir más allá, por dominar esa habilidad comunicarme, expresar e influenciar a otros.

El hecho de que me llamasen para decir las palabras de bienvenida a fulano de tal, o que dijese un mensaje a los que apenas llegaban a esa escuela, fueron mis principios, fue la semilla que me alentó a lo que más tarde sería mi profesión.

La voz y su modulación logra provocar emociones, provoca la histeria o la paz, a mi me gusta lo que ha ocurrido conmigo. He visto que a cabina han llegado regalos de gente que ni conozco, ha habido en los buzones cartas con mensajes positivos y, ocurrió dos o tres veces en mi juventud, chicas atraídas por mi voz, llegaban a ofrecer su corazón.

La locución es muy atractiva, exige creatividad, requiere autenticidad, implica ser honesto, amable, respetuoso, tolerante, la locución y la radio me han acompañado varios días de mi vida, ha sido un muy buen regalo.

Ingresé a este medio formalmente en el año 2000 en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, de ahí hasta hoy he difundido mensajes informativos y de entretenimiento, me he ausentado algunas veces, pero siempre he estado enamorado de este oficio, que hoy  día gracias a los amigos me mantengo emitiendo al aire .

Le tengo un gran cariño y un gran respeto al micrófono, siempre que salgo al aire, me inspiro para tener la frescura y la emoción de mi primer vez, quizá no los nervios, pero si la emoción de estar transmitiendo algo que para más de uno será importante.

y como dijo no se quién, ¿Qué fuera de mi sin  mi trabajo en la radio, si no sé hacer otra cosa?.

No me queda más que decir: "Por habernos dado el donde la  palabra y su poder, Dios bendiga a Dios". 

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