Como si fuese un alfabeto nuevo, voy descubriendo que es lo que me hace sentir felicidad a mis treintaytantos; naturalmente lo hace el cuidar la vida y ayudarlos a que sepan que el sentido de la vida es disfrutar sin preguntarnos si lo merecemos o no.
Me alegra aprender de mis hijos, aprendo de los filósofos que son ellos, de su asombro, de esa inocencia que nos esmeramos en perder algunos solo para perder la capacidad de asombro tan necesaria para gozar el instante.
Soy feliz, soy un padre, esposo, hijo, ciudadano feliz.
El verdadero sentido de la vida es vivir, como los peces del mar que no se preguntan el día en que morderán el anzuelo.
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