#EsdrasCamacho
Era el año 1992 y nos tocaba el nivel medio superior. El
desafío era el examen de admisión, la matrícula era reservada para 80 y tantos
alumnos de nuevo ingreso. A mis amigos les decía: "El que nada sabe, nada
teme", pero yo temía no acreditar y me preguntaba ¿Qué camino seguir? Días
antes del examen, los maestros convocaron a un curso propedéutico donde vimos a
algunos que permanecerían y a otros que no.
La escuela estaba ubicada en las afueras de la ciudad, daba
la impresión de haber sido un campo de cultivo o pastizal para ganado. El
edificio era seminuevo, algunas aulas estaban recién construidas, iluminadas y
ventiladas. En la plaza cívica se distinguía un pequeño templete para izar la
bandera durante los homenajes. No recuerdo mucho de eso; quizá no había
homenajes, o quizá yo no asistía.
El horario era de 3 de la tarde hasta las 9 de la noche.
Vespertina, ya que la mayoría de los maestros enseñaban por las mañanas en la
secundaria Diurna del Estado Motozintla. Esto también permitía a los alumnos
aprovechar la mañana para hacer las tareas en la biblioteca o ayudar en casa
con las labores domésticas.
El ingreso era ordenado, pero la salida era un tumulto; a
veces formaban una gran cadena de brazos humanos y a veces se les ocurría hacer
la travesura de atravesar un viejo chasis de un vehículo abandonado, para
imposibilitar el tráfico vehicular.
La mayoría de nosotros íbamos en bicicleta. El camino de ida
tenía una inclinación, siguiendo el cauce del río; disfrutaba sintiendo el aire
que se formaba en una bolsa entre la tela de mi espalda y mi piel. Al llegar,
estacionábamos las bicicletas frente a la oficina de prefectura, junto a una
docena o veintena de otras.
A veces, al regresar conducíamos con la mano izquierda en el
manubrio mientras caminábamos. Recuerdo que aquellos que no tenían ni novia ni
bicicleta se ofrecían a traerlas de vuelta a la zona urbana y dejarlas en el
domicilio del propietario.
En dos o tres paredes se apreciaban murales de Delgadillo,
un destacado pintor, escultor, grabador, muralista y activista político que fue
invitado por profesores afines a la ideología política de izquierda en los
primeros años de la década de los 80. Para 1994, la Secretaría de Educación
instruyó borrarlos por temor a que la población siguiera teniendo como máxima
la lucha por la justicia social.
Se nos informó que debíamos llevar uniforme, idea que a
algunos no les convenció, pero todos debíamos aceptar. Debido al poco personal,
los alumnos descubrieron unos desperfectos en la malla perimetral por la parte
trasera, junto al canal de desagüe, por donde se colaban. Otros esperaban en la
tienda de enfrente, sabiendo que después de las dos primeras horas quitaban el
candado del portón y podían ingresar sin dificultad.
Algunos maestros nos daban una, dos o tres hojas para
estudiar para el examen; otros llenaban el pizarrón de números, logaritmos,
polinomios, escalas, curvas cuadráticas, entre otros. En el laboratorio de
química, se nos invitaba a descubrir las moléculas de una gota de sudor,
saliva, sangre o semen.
El maestro Daniel Corona nos animaba a ver por las ventanas
el verdor de los cerros, diciendo: "El verde es el único color que no daña
la retina". Gumán Coronado nos hablaba del cooperativismo rural, Salazar
de Rubén Darío y su "ya viene el cortejo", Catalli de los productos
notables y algebraicos. En esos días, comencé a frecuentar la biblioteca:
"¿Qué libro necesitas? Te paso los de química, física o matemáticas".
Sin embargo, yo solo quería seguir leyendo la nueva antología de poesía
mexicana y otros más.
Anualmente se realizaban concursos de declamación y
oratoria, dónde se seleccionaba a quienes representarían a los destacados en
los eventos regionales y estatales. Algunos tuvieron el privilegio de demostrar
su talento en ciudades grandes. No a todos les interesaba, por eso durante esas
horas se quedaban en la plaza cívica escuchando a otros que llevaban sus
guitarras y cantaban canciones de Juan Gabriel, El Tri o los Temerarios.
En 1994, un año antes de mi graduación, uno de los
profesores de ciencias sociales nos compartía semanalmente los comunicados del
líder del movimiento armado de la selva lacandona. Él deseaba que tomáramos
conciencia de la afrenta a la sociedad del neoliberalismo, del perjuicio de la
macroeconomía en los bolsillos de las familias mexicanas, del despertar de la
conciencia a través del discurso poético y literario del Sup. Nosotros, sin
embargo, solo pensábamos en las atractivas compañeras de primero a tercero que
provocaban suspiros arrebatados de amor y desengaños con sus miradas.
Lo que tuviera que pasar, sucedería. El futuro estaba aún
lejos.
Eran nuestros días de bachillerato.
ODISEAS POSMODERNAS

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