domingo, 26 de octubre de 2025

Días de bachillerato



#EsdrasCamacho

Era el año 1992 y nos tocaba el nivel medio superior. El desafío era el examen de admisión, la matrícula era reservada para 80 y tantos alumnos de nuevo ingreso. A mis amigos les decía: "El que nada sabe, nada teme", pero yo temía no acreditar y me preguntaba ¿Qué camino seguir? Días antes del examen, los maestros convocaron a un curso propedéutico donde vimos a algunos que permanecerían y a otros que no.

 

La escuela estaba ubicada en las afueras de la ciudad, daba la impresión de haber sido un campo de cultivo o pastizal para ganado. El edificio era seminuevo, algunas aulas estaban recién construidas, iluminadas y ventiladas. En la plaza cívica se distinguía un pequeño templete para izar la bandera durante los homenajes. No recuerdo mucho de eso; quizá no había homenajes, o quizá yo no asistía.

 

El horario era de 3 de la tarde hasta las 9 de la noche. Vespertina, ya que la mayoría de los maestros enseñaban por las mañanas en la secundaria Diurna del Estado Motozintla. Esto también permitía a los alumnos aprovechar la mañana para hacer las tareas en la biblioteca o ayudar en casa con las labores domésticas.

 

El ingreso era ordenado, pero la salida era un tumulto; a veces formaban una gran cadena de brazos humanos y a veces se les ocurría hacer la travesura de atravesar un viejo chasis de un vehículo abandonado, para imposibilitar el tráfico vehicular.

 

La mayoría de nosotros íbamos en bicicleta. El camino de ida tenía una inclinación, siguiendo el cauce del río; disfrutaba sintiendo el aire que se formaba en una bolsa entre la tela de mi espalda y mi piel. Al llegar, estacionábamos las bicicletas frente a la oficina de prefectura, junto a una docena o veintena de otras.

 

A veces, al regresar conducíamos con la mano izquierda en el manubrio mientras caminábamos. Recuerdo que aquellos que no tenían ni novia ni bicicleta se ofrecían a traerlas de vuelta a la zona urbana y dejarlas en el domicilio del propietario.

 

En dos o tres paredes se apreciaban murales de Delgadillo, un destacado pintor, escultor, grabador, muralista y activista político que fue invitado por profesores afines a la ideología política de izquierda en los primeros años de la década de los 80. Para 1994, la Secretaría de Educación instruyó borrarlos por temor a que la población siguiera teniendo como máxima la lucha por la justicia social.

 

Se nos informó que debíamos llevar uniforme, idea que a algunos no les convenció, pero todos debíamos aceptar. Debido al poco personal, los alumnos descubrieron unos desperfectos en la malla perimetral por la parte trasera, junto al canal de desagüe, por donde se colaban. Otros esperaban en la tienda de enfrente, sabiendo que después de las dos primeras horas quitaban el candado del portón y podían ingresar sin dificultad.

 

Algunos maestros nos daban una, dos o tres hojas para estudiar para el examen; otros llenaban el pizarrón de números, logaritmos, polinomios, escalas, curvas cuadráticas, entre otros. En el laboratorio de química, se nos invitaba a descubrir las moléculas de una gota de sudor, saliva, sangre o semen.

 

El maestro Daniel Corona nos animaba a ver por las ventanas el verdor de los cerros, diciendo: "El verde es el único color que no daña la retina". Gumán Coronado nos hablaba del cooperativismo rural, Salazar de Rubén Darío y su "ya viene el cortejo", Catalli de los productos notables y algebraicos. En esos días, comencé a frecuentar la biblioteca: "¿Qué libro necesitas? Te paso los de química, física o matemáticas". Sin embargo, yo solo quería seguir leyendo la nueva antología de poesía mexicana y otros más.

 

Anualmente se realizaban concursos de declamación y oratoria, dónde se seleccionaba a quienes representarían a los destacados en los eventos regionales y estatales. Algunos tuvieron el privilegio de demostrar su talento en ciudades grandes. No a todos les interesaba, por eso durante esas horas se quedaban en la plaza cívica escuchando a otros que llevaban sus guitarras y cantaban canciones de Juan Gabriel, El Tri o los Temerarios.

 

En 1994, un año antes de mi graduación, uno de los profesores de ciencias sociales nos compartía semanalmente los comunicados del líder del movimiento armado de la selva lacandona. Él deseaba que tomáramos conciencia de la afrenta a la sociedad del neoliberalismo, del perjuicio de la macroeconomía en los bolsillos de las familias mexicanas, del despertar de la conciencia a través del discurso poético y literario del Sup. Nosotros, sin embargo, solo pensábamos en las atractivas compañeras de primero a tercero que provocaban suspiros arrebatados de amor y desengaños con sus miradas.

 

Lo que tuviera que pasar, sucedería. El futuro estaba aún lejos.

 

Eran nuestros días de bachillerato.

 

ODISEAS POSMODERNAS

 

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