lunes, 11 de noviembre de 2013

¿Qué se siente el morir?

El 9 de mayo del 2006 a las once de la mañana en compañía de una ex-compañera de aventura, me desbarranqué en una de las carreteras de Chiapas, la caída era de alrededor de 70 metros, yo manejaba mi primer vehículo. 

Era  un día esplendoroso para morir, y eso no ocurrió, afortunadamente.

¿Qué se siente el  morir?. No morí pero sentí: una tristeza serena, es una contradicción pero la experiencia es de abandono, la certidumbre de que este mundo me ofrecería mucho más,  nada bueno era morir ahí, de forma tan absurda, ningún motivo lo justificaba. Tenía 27 años. 

En un instante las emociones se alinean en un solo renglón, estás pero un nanosengudo más, ya no. 

¿Dolor?. No, dolor físico no, sorpresa únicamente, expectativa de que el fin del mundo es hoy. 

Adrenalina al cien, la oxitocina  en ceros. 

El saldo, la clavícula dislocada, el brazo roto en tres, y solo. 

Si al  morir te faltan cosas por hacer y no te has ilusionado con lo que tienes, es un verdadero desperdicio. 

Una errática maniobra aunada a la velocidad superior a los ochenta kilómetros por hora, por las laberínticas curvas de la región Sierra el Mariscal,  a más de 1500 metros sobre el nivel del mar, concluyó en el accidente cuasimortal, al que sobreviví. 

Regularmente viajaba con los cristales de las ventanillas cerrados, no sé porqué ese día bajé el del pasajero. El movimiento fue trepidante, oscilatorio y literalmente licuatodo. Alcancé a sentir cuando el carro comenzó a caer y significó el adiós a este mundo, en esos días, pocos meses antes había fallecido un integrante de la familia y mi familia estaba devastada, yo como único varón sentí la nostalgia de abandonarlos. 

Luego de unos pocos minutos oí una voz desde el fondo que pronunciaba lastimosamente mi nombre, escuché y me dije: ¿serán los últimos sonidos que escuche?... luego pensé en ella, ¿estará bien.... más le vale... o más me vale?. imaginé que si no moría iría a la cárcel que es peor. Pero no, milagrosamente ella caminó erguida hacía mi, que había caído antes, pasó de largo, salió a la superficie, se limpió el polvo de una pequeño raspón en el hombro y se fue sin verme. 

Hoy es una anécdota simple, en su momento fue un abrir los ojos a  una segunda etapa, la definitiva. 


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