domingo, 13 de octubre de 2013

Justine


No hay libro que me haya, a mis 17, inquietado más que Justine del Marqués de Sade, por aquellos días había leído a Bocaccio y era mi única referencia para con la escritura atrevida, por supuesto hoy persigo cada estilo narrativo que sorprenda, pues luego de leer este, un virus se apoderó de mi conciencia.

Para la época en que vivió su autor, la revolución francesa estaba en su apogeo, la mentalidad de la gente se cernía sobre el cambio radical en el poder. Sus escritos eran la peor aberración imaginada, su obra era su vida, llena de excesos de argumentos sólidos e irrebatibles que constaban la flaqueza del espíritu en la humanidad. La lectura de las obras del Marqués, la mayor parte decomisada e incendiada, fue objeto de desedeño y persecución, su pensamiento criminal, según la aristocracia, solo rendía culto a los vicios, a la herejía y a la subversión. Justine, es el relato de una niña que a los doce, queda junto con su hermana Juliette, huérfana, la mayor le encanta la vida alegre y ese modo le acomoda, la otra huye porque quiere ser honesta y honrada, en su soledad.

La ingenuidad hace que a donde vaya, confíe en personas distintas que sólo buscan mancillar su cuerpecito, siempre en contra de su voluntad, ellos le enseñan las artes amatorias, pero ella no cambia su pensamiento virtuoso. Con cada experiencia, huye y vuelve a toparse con perversos que le hacen toda clase de torturas acompañadas siempre de sexo salvaje en todas sus variantes. Al final de su corta existencia, reflexiona si no mejor le hubiera ido si desde un principio hubiera escogido ser una típica cortesana libertina.

El vocabulario del Marqués encuentra y propone los vocablos exactos para designar cada acción de sus personajes, la atrocidad es justificada aludiendo a ejemplos con la vida de los animales que son alevosos y agresivos, tal como los humanos a veces. El estilo narrativo de Justine, nos mete a escena, nos conduce a aceptar la fuerza de sus palabras, utiliza distintas indirectas pare evitar la monotonía al momento de nombrar los órganos sexuales, dándolos hasta cierto punto una tonalidad poética. Según otro, Sade fue un enfermo, pero tuvo una enfermedad que rebasó los marcos de su individualidad, que proyectaba y a la vez representaba la parte más carcomida de la sociedad de su época.

Afortundamente, al paso del tiempo se le ha dado la divulgación que se merece y hoy puede servir aparte de entrener para comprender lo oculto de los instintos de todo ser civilizado. He aquí un fragmento: El remordimiento es una estupidez y el no atreverse a hacer lo que puede sernos útil o agradable es pusilanimidad(...). No hay que creer que sea la belleza de la mujer lo que mejor excita el espíritu de un libertino, sino mas bien la especie de crimen que las leyes han atribuido a su posesión(...). La necesidad de hacerse mutuamente felices solo puede existir legalmente entre dos seres igualmente provistos de la facultad de perjudicarse, y por consiguiente dos seres de una misma fuerza.

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