domingo, 17 de mayo de 2009

CECILIA

Cecilia, es una mujer de éxito, a sus treinta años no cree ser joven, ni vieja, únicamente madura, es indudable su belleza, tal como su presencia es inexplicable, le molesta cumplir con sus promesas, ella es un princesa. Le encanta disfrutar la vida, sabe que la vida sólo es una y no es para sufrirla. Su principal característica es la de ser responsable en el trabajo. Pretende creer, pero no cree en el amor, en su personalidad denota una nostalgia del sufrimiento que no pasará, hasta que muera. Ella es una Ingrata Adorable y una Romántica Mentirosa. Ella era mía, era mi droga, mi medicina, mi mejor canción, mi mejor poesía, el único lugar que no me cansaría de explorar. Y digo era, no porque haya muerto, sino porque ya no está conmigo, que es lo mismo.

Llegó a mí hace unos 8 meses, mientras yo trabajaba en el departamento de Relaciones Públicas de Importaciones Morales Castillejos S.A., y solicitó información para crear una agenda completa de empresas regionales que ofertaban artículos para el hogar. La vi hermosa y la noté alegre. Me dijo que era Licenciada en Negocios Internacionales y que todo lo veía en función de pérdidas y ganancias. Aunque a mi solamente me guste ganar, dijo. Platicamos, me dijo su nombre, aprovechamos en que no era un día con mucho trabajo para ambos y así comenzamos una pequeña conversación que se desarrollo por temas rápidos, pero a la vez con gran profundidad de interés y misterio.

De inmediato intuí que una mujer tan hermosa debía tener una debilidad, si yo mismo la tengo. Me percaté que no tenía ningún tipo de empacho en acceder a contar cosas de su vida privada, su carácter, sus gustos, sus colores, sus hobbies, pero no sus manías. Sólo. Al fumar disfrutaba y convidaba con su rostro ese placer perecedero. Creí que había tropezado en el amor, que había tenido muchas parejas que no le valoraron su belleza y su talento, y que esa personalidad era la que ellos, le habían creado.

Era diferente, ella lo sabía. Parecía que aún seguía viva en ella, en alguna parte de su conciencia una tierna niña, pero se empeñaba en matarla, porque la vida y la sociedad no es para contentar a niñas cuando los años pasan dentro del cuerpo. Aún así cuando fumaba, aspiraba el humo de tal manera que daba entender que ninguno la merecía, que sus aventuras le habían dolido, esas aventuras en que ella conoció los mejores placeres.

Daba a entender también que por todo ello se había convertido en la dominadora, la poderosa que escogía bien a sus amantes y que no los consideraba dignos de su belleza y de su talento, parecía programada para dar y recibir felicidad instantánea y momentánea. En fin toda una actitud, que prometía mucho de libertinaje. Paradójicamente, una parte de ella creía en el amor. Pero sabía que tenía poco tiempo para encontrarlo, casi era una obligación obstinadamente real. Conmigo estaba dispuesta a encontrarlo, que no a correr el riesgo. Yo nunca había sentido esa necesidad de pertenecer a alguien, hasta antes de ella, siempre me consideré intangible, libre y universal, lo mismo que ella, pero yo no me sentía a gusto con ser como una ave y ella si. A pesar de que ella decía que algo o mucho de lo que pensaba, no eran ideas eternas e inamovibles, defendía con férrea valentía sus más gustosos verbos.

No aceptaba la verdad, le gustaba la mentira, sólo tomaba de la vida, lo que para ella estaba bien.

Me definió como un hombre extraño, por el desprecio manifiesto hacia el mundo materialista, por mi desacato a las buenas costumbres. Quise hablarle que lo que nos dan como gratis, no es cierto, que en verdad nos lo regalan y después nos obligan y nos hacen esclavos del deseo. Me hizo su rey, mas no su único motivo, y todo para esto, para que después yo le hiciera esta carta de despecho muy a destiempo, deseándole se muera de SIDA y que se muera tres veces más.

Me duele su ausencia, me duele el no ser quién, para que sea lo suficiente y lo único de los motivos que ella tiene. Dijo ella : es que no siento el sufrimiento y si no se sufre el amor, por tanto no es verdadero. A partir de eso se marchó, para vagar de nuevo deseando uno más y no éste. Y así fue, como aprendí que no todo amor tiene que pasar por la razón, porque hay amores que no se lo merecen.

domingo, 10 de mayo de 2009

Mala Racha

MALA RACHA





Doblé la esquina y el sol de mediodía me abofeteó.

Anoche a punto de ejercer mi virilidad, en ese cuerpo, y al final nada. Que manera de oponerse, apreté, me dio arrumacos, me calentó, cierto me enojé al final, pero no se lo demostré.

Unas horas antes compartía la cama con mi amiga y ahora, me cerraba las puertas, tremendos vituperios, para denostar al más detestable de sus enemigos.

Celeste, me había echado de su refugio. Yo nada podía hacer, solo maldecirla.

Incapaz de reconciliarme con mi orgullo, avancé hacia el centro.

Pasaban de las once de la mañana y esperaba el desayuno, para después partir...volvió de la calle, jugando sus llaves, me pidió perdón por no terminar la noche a mi lado, salió a una fiesta, cuando me quedé dormido.

En el desayuno, se limitó a buscar a su gata princesa para alimentarla.

Ahí fue cuando soltó esa sarta de agravios.

¿Cuándo la conocí?

Coincidimos repetidamente en la libreta de firmas en la escuela donde ambos éramos catedráticos. Un día de la nada recibí su invitación a  tomar el café en su casa, allí supe que rentaba el departamento sola, que tenía parejas ocasionales, que los compromisos no le gustaban, sus hobbies preferidos, recoger gatos y perros callejeros de raza pequeña, para su compañía.



Sentados en un sofá mediano, fumamos compartiendo el cigarro, hojeé unos ejemplares atrasados del periódico. Conté de mí, queriendo disimular la bola de pelos que ronroneaba en mis zapatos, en 40 minutos le resumí mi existir en la ciudad.


Esa ocasión creí que con esa entrevista había terminado todo, satisfecha su curiosidad descubriría que no valía gran cosa para su amistad, y decidía no continuar.


Su conducta era a un mismo tiempo estudiada y anárquica. A la hora de partir, emocionada. sacó el disco que habíamos estado escuchando: - escúchalo dos o tres veces, lo cuidas, me lo das luego.


Un domingo de cada 15 días nos encontrábamos en su casa para hablar de todo y después, con las luces apagadas ver una película en su cama; al despedirme en ocasiones me daba un libro, en otras una película para que hiciera menos sufridos los momentos de soledad en mi cuarto.


Los gatos mataban toda cercanía, celosamente se restregaban en sus piernas, causando mi repugnancia. Procuraba identificar cualquier señal que me indicara que existía la posibilidad de que hubiera un encuentro con ella. Pero todo parecía tan indiferente.


Anoche, llegué empapado, llovía a cantaros, su calle estaba encharcada, pero la necedad por verla, hizo que me importara poco. Atenta como siempre, me hizo un té, puso en el dvd, un concierto de rock, y me ordenó que me bañara.


Me acosté y para sorpresa me comenzó a soplar las orejas con su aliento tibio.


El concierto era muy bueno, y muy apropiado para esa noche relampagueante, pero yo había perdido el interés en poseerla, me había resignado a no probarla como mujer, además no poseía los atributos físicos que requería mi estándar de calidad, deseché la idea después de notarla tantas veces indiferente.


Celeste, apagó la tele, y se montó a mi espalda diciendo que me caería muy bien un masajito, se quitó la blusa y condujo mis labios a sus senos, sosteniendo mi cabeza en movimientos circulares, después enganchó sus pies a mis muslos, como tenazas, no dejó que me saliera.


Aquello fue un festín de lengüetazos, pero mi placer no estaba completo aún faltaba penetrar, cosa que nunca ocurrió, pues, desconfiaba de mis hábitos sexuales, y no tenía un preservativo.


Intenté vencer su negativa, incrementando el placer que le proporcionaba, pensé que terminaría cediendo. Presentía el éxtasis, gritó desaforadamente, gritos ensordecedores, ruidos guturales, maullidos y alaridos, gritos que sobrepasaron toda mi experiencia conocida en sonidos.


Mis intentos por penetrarla no desmayaron, tampoco su reticencia, los minutos se hicieron horas... lo que me hizo desistir fue el dolor que sentí en la espalda al sentir sus 8 uñas clavadas, rasgando, rompiendo la piel, sus genitales me espinaron la boca. Ahí terminé mi loable empresa y me aparté para caer profundamente en un sueño.


Hoy, cuando esperaba sus disculpas, buscó a su gata para alimentarla, por todos lados, y me maldijo.

Sus ojos desorbitados, y mi desconcierto ¿qué tengo que ver, con su gata ensangrentada y muerta?.

¡Qué hiciste!, me preguntó como loca.

Ahí fue que me corrió.