domingo, 10 de mayo de 2009

Mala Racha

MALA RACHA





Doblé la esquina y el sol de mediodía me abofeteó.

Anoche a punto de ejercer mi virilidad, en ese cuerpo, y al final nada. Que manera de oponerse, apreté, me dio arrumacos, me calentó, cierto me enojé al final, pero no se lo demostré.

Unas horas antes compartía la cama con mi amiga y ahora, me cerraba las puertas, tremendos vituperios, para denostar al más detestable de sus enemigos.

Celeste, me había echado de su refugio. Yo nada podía hacer, solo maldecirla.

Incapaz de reconciliarme con mi orgullo, avancé hacia el centro.

Pasaban de las once de la mañana y esperaba el desayuno, para después partir...volvió de la calle, jugando sus llaves, me pidió perdón por no terminar la noche a mi lado, salió a una fiesta, cuando me quedé dormido.

En el desayuno, se limitó a buscar a su gata princesa para alimentarla.

Ahí fue cuando soltó esa sarta de agravios.

¿Cuándo la conocí?

Coincidimos repetidamente en la libreta de firmas en la escuela donde ambos éramos catedráticos. Un día de la nada recibí su invitación a  tomar el café en su casa, allí supe que rentaba el departamento sola, que tenía parejas ocasionales, que los compromisos no le gustaban, sus hobbies preferidos, recoger gatos y perros callejeros de raza pequeña, para su compañía.



Sentados en un sofá mediano, fumamos compartiendo el cigarro, hojeé unos ejemplares atrasados del periódico. Conté de mí, queriendo disimular la bola de pelos que ronroneaba en mis zapatos, en 40 minutos le resumí mi existir en la ciudad.


Esa ocasión creí que con esa entrevista había terminado todo, satisfecha su curiosidad descubriría que no valía gran cosa para su amistad, y decidía no continuar.


Su conducta era a un mismo tiempo estudiada y anárquica. A la hora de partir, emocionada. sacó el disco que habíamos estado escuchando: - escúchalo dos o tres veces, lo cuidas, me lo das luego.


Un domingo de cada 15 días nos encontrábamos en su casa para hablar de todo y después, con las luces apagadas ver una película en su cama; al despedirme en ocasiones me daba un libro, en otras una película para que hiciera menos sufridos los momentos de soledad en mi cuarto.


Los gatos mataban toda cercanía, celosamente se restregaban en sus piernas, causando mi repugnancia. Procuraba identificar cualquier señal que me indicara que existía la posibilidad de que hubiera un encuentro con ella. Pero todo parecía tan indiferente.


Anoche, llegué empapado, llovía a cantaros, su calle estaba encharcada, pero la necedad por verla, hizo que me importara poco. Atenta como siempre, me hizo un té, puso en el dvd, un concierto de rock, y me ordenó que me bañara.


Me acosté y para sorpresa me comenzó a soplar las orejas con su aliento tibio.


El concierto era muy bueno, y muy apropiado para esa noche relampagueante, pero yo había perdido el interés en poseerla, me había resignado a no probarla como mujer, además no poseía los atributos físicos que requería mi estándar de calidad, deseché la idea después de notarla tantas veces indiferente.


Celeste, apagó la tele, y se montó a mi espalda diciendo que me caería muy bien un masajito, se quitó la blusa y condujo mis labios a sus senos, sosteniendo mi cabeza en movimientos circulares, después enganchó sus pies a mis muslos, como tenazas, no dejó que me saliera.


Aquello fue un festín de lengüetazos, pero mi placer no estaba completo aún faltaba penetrar, cosa que nunca ocurrió, pues, desconfiaba de mis hábitos sexuales, y no tenía un preservativo.


Intenté vencer su negativa, incrementando el placer que le proporcionaba, pensé que terminaría cediendo. Presentía el éxtasis, gritó desaforadamente, gritos ensordecedores, ruidos guturales, maullidos y alaridos, gritos que sobrepasaron toda mi experiencia conocida en sonidos.


Mis intentos por penetrarla no desmayaron, tampoco su reticencia, los minutos se hicieron horas... lo que me hizo desistir fue el dolor que sentí en la espalda al sentir sus 8 uñas clavadas, rasgando, rompiendo la piel, sus genitales me espinaron la boca. Ahí terminé mi loable empresa y me aparté para caer profundamente en un sueño.


Hoy, cuando esperaba sus disculpas, buscó a su gata para alimentarla, por todos lados, y me maldijo.

Sus ojos desorbitados, y mi desconcierto ¿qué tengo que ver, con su gata ensangrentada y muerta?.

¡Qué hiciste!, me preguntó como loca.

Ahí fue que me corrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario